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Las Arañas de Almíbar

  • Vicente Espinoza
  • 8 jul 2016
  • 1 Min. de lectura

La telaraña de almíbar. En la esquina de un aula (cuya ubicación es intrascendente), una cantidad casi insignificante de arañas de rincón benignas e ilusas se agruparon para compartir sus pesares y taquicardias, para no sentirse tan arrinconadas (o tan poco, en este caso). Como ni uno de los peludos y pequeños integrantes sabía ser una araña, estaban sometidas a la intemperie y todo lo que esta significaba; comer migajas de la comida de humanos, dormir acostadas, caminar zig-zagueantes por el suelo lleno de posibles receptores de pisadas, etc. Hubo un punto, en que era tan desconcertante el estado de inutilidad en que se encontraban las arañas, que juntas, comenzaron a cuestionares si era realmente una suerte de discapacidad lo que las derivó a vivir una vida tan distintas y precaria; o esa era la forma que, inconscientemente, habían decidido adquirir. Así, nació en los integrantes de el aracnóide grupo, un sentimiento de apego a la miseria, un nacionalismo a la diferencia. Con las sobras que habían recolectado toda su vida de la comida de humanos, crearon la Telaraña de Almíbar. Sin embargo, al no ser las arañas, profesionales arquitectas, e ilustradas ingenieras, decidieron solicitar ayuda a todos los insectos que estuvieran dispuestos a ayudar a tan noble causa. La Telaraña de Almíbar nunca dejó de construirse, los insectos siguieron aportando a la construcción de la telaraña infinitamente.

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