Sátira, Praxis, y Catarsis
- Teniente Amores
- 22 jul 2016
- 2 Min. de lectura
Mi habitación se hallaba un poco desordenada para entonces, sobretodo gracias a que en el caos encontraba una suerte de amabilidad (o al menos eso era lo que creía y hacía creer).
Era tarde y recién había terminado de odiarme, no por ser una mierda específicamente, si no por siempre haber querido serlo.
Sátira, Praxis, y Catarsis interrumpieron de pronto mi sexo fotosintético con la luz escasa y tristona que me penetraba por las corneas y el peloliso, con su fiesta superabundante de sexo y noche.
—¡Lucas! ¡has callar a esas mierdecillas! —gritó mi madre mientras golpeaba mi puerta.
Con lo tonta que puede llegar a ser, seguramente le dolió de sobremanera, y debe haberse sobado un buen rato. Lo hice.
Encendí un cigarrillo y lo dejé en la mesa, no lo toqué, no lo fumé; solo lo dejé allí en la mesa.
Seguramente quedaba una hora y tanto para que la mañana llegara, y no había dormido nada, solo había encendido cigarrillos sin fumarlos; eso me tomó toda la noche.
Desde mi cama los cuadros parecían ventanas, ventanas que daban directamente a los dibujados, que estaban seguramente observando mi autopsia efectuada por el ruido de la avenida y el calor laboral de un día domingo por la madrugada ¿Estaba yo acaso muerto?…
—¿Qué mirais tanto? ¡hijos de puta! —intimidé.
Quizás fui muy cruel, porque efectivamente dejaron de mirarme.
Me dispuse a quemar el último cigarro que me quedaba, y a escuchar a la Sati, al Cata y a la Axi realizar su abrecomillas cierracomillas sobre los choclos secos que había puesto mi padre en el techo el año anterior.
Antes de quedarme dormido, le ofrecí una colilla a la Sati, apagué el que me quedaba en el lomo del Cata y a la Axi no le di nada, por puta.
El cenicero lo dejé afuera.
—Lo lamento Axi, no me has dejado dormir estos días con tu bochornoso estar, eso es todo.
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